jueves, 29 de mayo de 2008

Ayer...


Ayer cumplí veintiocho años. Nada pasó. El día transcurrió con su misma eterna melodía. Yo que siempre estuve convencido de hacer cosas grandes, cosas heroicas; que siempre me imaginé en terrenos desconocidos, en lugares lejanos, en aventuras únicas y exuberantes; yo que por las noches tomaba la libreta de dibujo y entre líneas y falsos bosquejos trazaba la grandeza de un héroe nunca vencido, llegué a los veintiocho años sin viajes, sin carromatos, sin novedades, sin retorno.
Trabajé en la oficina todo el día. Me senté frente a la pantalla y después de escuchar algunas canciones corregí una interminable letanía de estupideces económicas. No me levanté de la silla ni salí a comer, ni salí a la calle. No vi la tarde, ni la noche. Quise permanecer en el estado de gracia de los monumentos y los locos. No tenía ninguna pretensión. No fue el juego del misántropo, fue más bien una carencia de sensibilidad, una desfachatez de la arrogancia convertida, por el tiempo y la mugre, en una imposibilidad, en una discapacidad. Me alejé del mundo por inercia, como se mueven los crustáceos en medio del mar templado. Quedarme recluido en el rincón de mi oficina no respondió a nada, sólo a la casualidad.
No quise recordar gran cosa. Las preocupaciones del dinero me ha absorbido por completo: la renta, la escuela, la comida, el gas. Las grandes batallas que planeaba se han reducido a lo inmediato, lo cotidiano como una feroz navaja en la garganta y el cerebro. He caído en la trampa de lo cotidiano, en el empalago de la rutina. El fervor se ha ido con los años, con cada uno de los años.
Entonces me habló Cecilia y me dijo felicidades, lo que sea que eso signifique. No es grato felicitar a alguien por el correr del tiempo; no es grato felicitar a un montón de células que se desmorona cada día. Esto no es una postura decadente o desesperanzada, es la visión más vital que existe: quejarse de envejecer en lo más vital que existe. La desesperanza sería, en todo caso, celebrar la vida hasta el hartazgo, pues en el festejo exótico está el himno a la muerte. Por eso me quedé callado cuando Cecilia me felicitó y Laiza me despertó con un beso y una película de Alex de la Iglesia que ya había visto (pero no le dije).
Siouxi nació el mismo día que yo. Fuera de ella no conozco a nadie más que haya nacido el veintisiete de mayo. Hay mucha gente, lo sé. Por ejemplo, un amigo de mi hermano nació el mismo día que yo. Pero no conozco ningún escritor que haya nacido ese día. Laiza nació el mismo día que Amparo Dávila; Santiago el mismo día que Harold Pinter; Roberto nació el mismo día que Focault, Alejandro cuando nació Wittgensttein, hasta mi ex novia nació el día en que quemaron viva a Juan de Arco. Es como si el veintisiete de mayo fuera un hoyo en el calendario. Hasta en los diarios brincan ese día. Pizarnik no escribe nada el 27 de mayo; Jules Renard, tampoco. Es un hueco.
Siempre le ha tenido miedo a tantas cosas. Siempre me he escudado en la vergüenza y en la culpa. De aquí para allá, traidor, mentiroso y mitómano, hasta ladrón he sido. Arrodillado siempre, cabizbajo; en la postura idiota del artista trivial y ególatra. Aún así conservo la mitad de la vida y la mitad de esperanza (aunque no sepa bien a bien en qué confío); conservo también el reposo de los viejos y buenos amigos, el odio de algunos enemigos y el gusto de la cerveza fría, unos cigarros, la música, la literatura y una buena charla. No sé que signifique todo esto, pero estoy tranquilo. Para bien o para mal, estoy aquí.

martes, 27 de mayo de 2008

hoy en mi cumpleaños

Hoy cumplo 28 años. Es martes y es la primera vez que la paso trabajando, sin alcohol. llevaba una racha endemoniada, nunca estaba en Toluca, nunca la pasaba en casa, siempre estaba fuera. No sé que pasa. Quiero beber hasta perder el control, pero mañana tengo que trabajar. Soy patético. Algo le pasa a la tarde que no fluye. algo le pasa al mundo. El Cue me regaló una agenda del la tipografía del fondo de cultura económica . Un regalazo. Es una lástima que yo no sepa como actuar ante ese tipo de manifestaciones. Fue un gesto increíble, pero soy torpe, me quedo mirando sin decir nada: sólo gracias. Quería darle un abrazo, pero me contuve, ese miedo al contacto con otro cuerpo. Por ejemplo hoy me abrazó la secretaria. Apenas la toqué. Estaba a punto de asfixiarme de la impresión. Me dijo que la abrazara bien...no pude, por supuesto. Me sorprendí limpiándome la mano con el pantalón.
Ahora quiero irme a mi casa y escribir y tomarme una cerveza de un trago. ver como anochece. Quedarme dormido. No me emociono, ni nada. Pocos amigos se acordaron de mi cumple. No puedo exigir nada porque rara vez me acuerdo de los suyos. Sin embargo, los más entrañables me hablaron o me escribieron. Con eso basta pasa sentirme un poco seguro. no tan solo...aunque, de qué sirve?
Me siento como un tronco a mitad de Columbine, un tronco seco y hueco, por donde pasa el viento frío y se confunde con una serpiente igual de fría. Siento un hueco en la cara, en el estómago, en las piernas, un hueco que no llega a ninguna parte, ni siente nada.

jueves, 22 de mayo de 2008

Keyser en el defectuoso


Keyser en el Ollin Nahuil o algo así, una casa ocupa en el distrito federal, ahí por Chapultepé. Bueno, aquí estamos en Reforma, en unos cráneos que algunos tipos pintaron, unos chidos, unos gachos. Mostramos, of course, nuestro perfil pugilístico.

Tv medusa

El segundo infarto del señor González

Te anuncias como la sed.

Alejandra Pizarnik

Cuando en el 2006 sufrió su segundo infarto, muchos de los que estábamos esperando que la señorita del Oxxo nos diera el cartón de caguamas sentimos un ruido en el pecho, como una angina o un durazno que se germinaba en el fondo de nuestro plexo solar.

Mal presagio, mala señal, mal agüero, lo que hubiera sido, casi dejamos caer las cervezas en el piso extremadamente higiénico de la tienda. Me dio un vagido, dijo uno (no recuerdo quien) y otro se agarró la cabeza con la mano en donde tenía los cigarrillos, como si fueran una torunda repleta de alcohol y como si pudiera curar algo.

Por la tarde en las noticias escuchamos que había sufrido un infarto y que estaba hospitalizado en terapia intensiva y que como un héroe de la tv nacional, les había dicho a sus hijos que siguieran con el programa, o sea: “el show debe continuar”.

Nos alarmamos entre trago y trago y uno de nosotros se atrevió a decir: “un toque en su memoria” y otros, lo que fuman dijeron que simón, que esa la única manera de tributarlo y la palabra (“tributarlo”) se escuchó como un plato roto, como un disfraz de bondage, como un cadáver.

Nos dio un ataque de risa y la tarde, parecida a un ciempiés, se multiplicó en la mirada de todos nosotros que apenas hablábamos y llevábamos la cerveza a la boca como un vino tinto que no se tiene ni se antoja. Platicamos de otras cosas, platicamos de círculos, porque el alcohol es un círculo infinito, de encuentros y miradas de reojo, por el filo de la pestaña. Y hablamos de él. Poco, se lo merecía, al final, en medio de dos días de borrachera, de dos días sin salir a la calle, sin comer suficiente, con los ojos rojos como un atardecer en Aculco. Hablamos de él como se habla de un perro viejo, de un abrigo mohíno, de un abuelo o de unos zapatos rotos.

Un tatuaje en la frente desnuda, habría dicho uno medio en risa, en medio de los pedos hediondos que ya caminaban por la mesa y las sillas, en medio del cansancio. Y entonces lo fatal: recordamos. Nadie dijo nada, pero nadie quería llegar a ese punto, en esa tarde, con esas cervezas trepadas en las gargantas como hongos primaverales. El fracaso de la evasión (pensé). Nos atrevimos a recordar.

“Mi madre me decía…”, dijo uno entre los humos del séptimo toque. Y los ojos cerrados, unos conteníamos el llanto porque hablar de él era un presagio de lágrimas, porque hablar de él era hablar de nuestra infancia, de nuestros padres, de nuestra ignominia y nuestra soledad en medio de los salones del colegio en los que abundaba el desprecio y la rabia y la soledad y el destino (bestia viva).

Y recordamos y hablamos de él, tejimos alrededor de él la historia de nuestra vida, la necesidad de beber, teorizamos, reflexionamos, agitamos la manos y dijimos más de una vez: “¡no mames!” o “¡no seas mamón!” y nos tragamos las lágrimas cuando tocaba hablar de papá o mamá o de la vieja que nos dejó porque nunca comprendió la manera más libre de vivir, la nuestra, nosotros que siempre hacíamos que lo queríamos. Y luego nos abrazamos en medio de la dicha de tener corazón y sentirlo palpitar en medio de la noche que ya despuntaba en su colorido brote.

Y su voz aguda parecida a un bisturí sin filo nos abrió el vientre con su risa cancerígena y nos produjo el dolor de cabeza, el rumor de la muerte y la sorna de lo único que teníamos muerto o moribundo: la infancia que se echaba a perder entre el ajenjo que alguien destapó para amargarnos a todos.

Ricardo González “Cepillín” (1946-)

jueves, 15 de mayo de 2008

Tvmedusa


Las venas que arrancan la esfera


Se engaña y engañándose te engaña

sin querer. No ve más que el dolor lento

de las cosas. Ignora el movimientode la luz. El ve sólo la montaña.

Es su realidad una maraña

de símbolos, un puro sentimiento

o un sueño donde el sueño es pensamiento,

cristal de tiempo que la sangre empaña.

Ojo burlado y burlador, tu instante,

tu fragmento de certidumbre inerte

no ve sino diamante en el diamante.

Tú sabes lo que sabes al no verte

e ignoras lo que ignora el nigromante,

lo que ignora la vida de la muerte.
“La esfera y el río”
Pedro Shimose

Pocos recuerdos apacibles guardo de mi padre. He hecho la cuenta. Quizá cinco, quizá seis: nunca estar en casa; comer siempre en la calle; la pizza… quizá los sábados de juegos mecánicos en el Carmen, quizá los domingos y algunos miércoles en la bombonera (Masharelli, Tuca). No más. Apenas guardo una imagen de él reflejada en nuestro viejo televisor Panasonic con trece botones negros al lado de la pantalla como moscas aplastadas.
Mi madre decía que mi padre se hacía chinos. Que iba cada primero de mes a la peluquería de Lucha, allá por Melero y Piña. Que le daba pena que las demás mujeres comentaran lo raro de ese hombre que religiosamente se hacía los rulos. Recuerdo que se dejaba el bigote en un intento por parecerse a Tom SellecK en Magnum (eso en la primera etapa, luego pretendió parecerse Steven Segal en Nico). El bigote como una referencia clave (quiero acordarme y cierto asco al describir a mi padre me atrapa las manos. Cierto asco parecido al repudio del sexo), varado en su labio como una manda terrible (un animal que lo devora).
Mi madre me dijo que jugaba fútbol en el Cruz Azul, en las fuerzas básicas, que tenía futuro, que quería dejar la ingeniería para dedicarse a jugar, jugar, ese presagio, era su vida. Nací. “En el medio tiempo”, solía decir, sin darle oportunidad de seguir en el campo. Imagino la frustración. Nunca me importó mucho. Entonces recuerdo los sábados en la mañana en el jardín municipal, él con el balón, entrenándome, diciéndome que yo debería jugar fútbol, que lo traía en la sangre.
Lo intenté en la primaria. Sacrifiqué las tardes (Mask, G.I. Joe, Rambo, Brave Star) y entré al equipo. Nos entrenaba un tipo de treinta años, siempre con pants, con la cara roja y caída, (que después supe era provocada por el alcohol). Su cara nunca me dio confianza, aún el recuerdo de su boca y sus ojos lo tengo entre los ojos. Jugué dos partidos: uno en el campo del Seguro Social. Torpe, torpísimo. Mi padre fue a verme. Se enojó mucho. Es duro ver a un hijo fracasar. No me habló en mucho tiempo y nunca más fue a verme. Seguí entrenando, quería mejorar sin muchas ganas. Siguiente partido en la deportiva, campo 4. Evidentemente era banca. Miraba los árboles escuetos de entonces, jugaba con la tierra, veía a lo lejos, sin perder de vista nada: el vuelo de alguna hoja, la frialdad del aire. Me llama y me dice que es mi hora de jugar. Tiemblo. El campo de juego es una boca desdentada pero salvaje. Entro al campo sin ganas, sin remedio, agobiado. El resultado fue fatal: provoqué tres penales por tocar el balón con la mano y anoté dos autogoles. Jugué media hora y el entrenador (aquella bestia alcohólica) me sacó entre gritos y salivazos.
Mazinger Z en la cabeza, Koji Kabuto en la cabeza, los viejos partidos de mi padre, los viejos concejos de mi padre, sus rizos falsos, su mostacho como nicho de santo, sus ojos. En todo pensé para cubrirme de los salivazos del equipo, de los golpes, de las groserías, de las patadas. Me escondí en la armadura de Mazinger Z, lejos, muy lejos, frente al rosado monte Fuji. Si mi padre hubiera ido seguramente estaría con los niños que me golpeaban y torturaban ante la mirada vengadora del entrenador (barril dentado).
Cuando se fue de la casa le pregunté que por qué nos dejaba, y entre una sonrisa (debajo del bigote-bala), dijo: “porque no juegan fútbol”. Entonces cuando veo el fútbol pretendo acordarme de su cara, esbozarla, verlo dibujado frente al televisor, como si su imagen de tanto permanecer frente al vidrio, se hubiera marcado para siempre. Y le cambio de canal y veo jugar al Toluca y me desespero y me asusto y me acuerdo de los chinos de mi padre y una vez más, comienzo a hacer la cuenta de las cosas buenas. No todo pudo ser tan malo. Lo sé.

viernes, 9 de mayo de 2008

descuido


mellevaeldiablo, no he podido subir nada o muy poco, ahora voy al df a grabar con el re.in, desde hace mucho tiempo queríamos grabar, entonces ahora es el momento, creemos que es el momento. Estoy crudo, crudísimo, ayer, con Rocco y vicente y Zujey y Bretón y Nutte, wishky (o como cojones se escriba), cerveza (yo prefiero la cerveza)y la noche, la mañana que nos sorprendió en medio de una plática interminable, de una bebedera interminable. Alguien arrazó con las botella de vino. Alguien o algo. Ahora tengo que irme de aquí. Aú no puedo hacer del baño en otro baño que no sea el baño de mi casa. El estómago me va a reventar. Me tengo que ir. Estoy sudando como un animal enfermo. debo hacer algo, irme, sí, irme. Espero que la grababación quede bin, que todo fluya, como sangre de la nariz, como cualquier cosa, que salga delicadament. Necesito un cigarro y una cerveza, dormir.
(no sé por qué me ha dado asco el cuerpo humano, mi propio cuerpo, la carne. Son ataques que me dan por momentos. tengo que aguantarme el vómito, huele a carne humana y a sangre) (el cuadro es de Dirk Skreber)

martes, 6 de mayo de 2008

Los gallegos ¿difíciles de penetrar?


Hoy no quería salir a trabajar. Cinco días de puente son suficientes para acostumbrarse al ocio y a la lectura (aunque más lo primero que lo segundo). Me levanté tarde de la cama, definitivamente pensaba en brincarme un día de trabajo y pensé en hablarle a Blanca (mi jefa) y decirle que seguía muy enfermo, cosa relativamente cierta. Pero no me atreví, no quise comenza con ese juego de la justificarme otra vez, como siempre.

Prendí la tv para ver las noticias, sobre todo para ver la brutalidad con la que televisa y tv azteca declaran su postura pro Felipe Calderón, pro derecha indiscriminada. Vi entonces que Boris Izaguirre estaba en el estudio con Carlos Loret de Mola. El motivo era difundir su novela, Villa Diamante, que resultó ser finalista del premio de novela planeta 2007. Este showman venezonlano, muy fresco, muy seguro contestó una serie de preguntan un tanto sosas. Sin embargo, cuando comenzaron a hablar de México, Izaguirre recordó que él vivió en este país cuando él tenía diez años: "es un encuentro con mi infancia", dijo. Luego, como es de esperarse en reporteros del corte de estas televisoras, de Mola preguntó la siempre preguntable pregunta: "¿Te gusta la comida mexicana?" Boris contestó que le gustaba mucho, pero que a su esposo le gustaba muchísimo (Boris Izaguirre es gay):

-A Federico -creo que se llama su esposo- le gusta mucho la comida mexicana -dijo Izaguirre. "

-¿Es español? -preguntó de Mola.

-Sí, es gallego, de Vigo.

-Oye, Boris -preparó Loret la pregunta más recurrente que se le puede hacer a un gallego a al esposo de un gallego-, ¿es verdad que los gallegos son como cuentan los chistes, medio distraídos?

-No, no -respondió Izaguirre-, bueno, lo que veo en mi esposo, es que los gallegos son muy difíciles de penetrar...

Silencio de segundos, la cámara hizo un zoom a la cara de Izaguirre, quien con una delicada, pero contundente mueca aceptó que había dicho algo verdaderamente fuera de lugar; luego la cámara hizo un zoom con Loret de Mola y su risa contenida trató de guardarse detrás de los labios.

-...bueno, lo que quiero decir es penetrar en su personalidad...

Mejor cambiaron de tema y halaron de la novela, que era de lo que tenían que hablar. En fin, ahora me queda la duda en ¿verdad son difíciles de penetrar? En su personalidad, claro...

El Re.In en Don Bau