viernes, 26 de marzo de 2010

Regreso

Ahora bebo un mezcal. Solo en casa. He visto Bones. No quise cenar. Me ha dado pereza hacer la cena. Caminé por la colonia. Visité de nuevo la tienda en dónde atiende una alta y rubia mujer de ojos claros. La conocí cuando fui a buscar al cerrajero que tenía que abrir mi casa. Setenta pesos para utilizar un pasador y un alambre. Setenta pesos. Ella me ayudó a buscar al hombre. Cuando le dije gracias (un gracias de despedida) ella me respondió: “de nada, chico”. Ninguna mujer me había dicho chico. Un buen detalle. Nunca antes había probado un mezcal como este. Es fuego. Quema la garganta, la boca, la lengua. Siempre que llego a casa pongo música o prendo el televisor. Me siento una hora, sólo una hora para perderme del mundo.
Hoy fue Alejandra al programa. Ella y yo fuimos pareja hace mucho tiempo. Nos queríamos mucho. Me ha dicho que me dejó porque siempre llevaba las cosas al extremo, al límite. Tiene razón. Ella no lo sabe pero en estos casi catorce años de no saber nada de ella hubo momentos precisos en los que la recordaba. Hay una calle de la ciudad que me hace recordarla. Carranza. Entonces yo manejaba un Volkswagen. Veníamos de recoger mi bajo y mi amplificador. Ese crucero sigue siendo enorme. Ella me dijo que me pasara el alto, que no fuera cobarde. Lo intenté; pero al final no quedó más que frenar, el colapso era inevitable. El bajo, el amplificador y el asiento trasero del auto golpearon nuestras cabezas. Nos orinamos de risa. Ese tipo de carcajadas que se comparten con el miedo. Nos besamos. Siempre nos besábamos. Aún recuerdo sus labios enormes como el mar, entre fríos y tersos, moluscos. Hoy caminamos como lo hacíamos antes de la prepa a mi casa: platicando sin parar, indignándonos por los problemas de siempre, riéndonos, siempre. Creo que la gente no cambia del todo, que los años sólo hacen conservar y validar manías, fantasmas, aficiones. La veo y sigue siendo la misma mujer poderosa, generosa e indiferente, como una niña juguetona, como un aliento al final de la calle. Sin embargo, y esto debo decirlo, se ríe menos que antes, quizá el humor sea lo único que desgasta el tiempo.

Han pasado muchas cosas que ni siquiera intenté escribir. Puertas que se abrieron, puertas que están cerrando. Heridas que aún siguen vivas. Traiciones, amores imposibles, tormentas, obsesiones. A veces pienso, como hoy, que nunca debí divorciarme. Ahora pienso que mi manera de ver el mundo me ha llevado por caminos poco transitables, borrosos. Creo que sigo viendo la vida, mi vida, como una historia que debería ser digna de contarse; sin embargo, no hay nada en ella que pueda servir, ni por asomo, a una buena historia, a un relato. ¿De qué sirve vivir si todo se olvida, si todo pasa?

Ayer comprendí que estoy lleno de odio y de rencor. Si no le tuviera miedo a la cárcel, tres o cuatro personas estarían tatuadas en mi espalda significando mi crimen. La soledad, al principio, es peor que el deseo de cocaína a mitad de la noche.

No pretendo perdonar, ni ser perdonado. El refugio de los católicos es creer que hay un ser superior que se encarga de eso. Me gusta creer que eso le corresponde a ese ente. Yo no tengo por qué perdonar. A mí el rencor me ha servido para imaginar venganzas, planear una suitl, lenta y corrosiva venganza. El odio me impulsa a no dormir, a imaginar más y más historias, más y más canciones, más y más ideas, más y más salidas. Todo lo que he hecho está motivado por el rencor, por el odio que les tengo a las personas que me han lastimado, que han marcado, de mala manera, mis brazos con su veneno. Soy un refugio de veneno que tiende a destilarse lentamente cada noche frente a la computadora, acompañado de un mezcal, squirt y la fúnebre compañía de la música (ahora Nacho Umbert & la compañía).

Hoy, sin dinero, sin un peso para tomar un camión para escapar; sin un centavo para comprar una cerveza fría que calme y colme este cuerpo disoluto, limitado a cuatro paredes, lastimado en lo más profundo del orgullo por una mujer que imaginé diferente. Tengo enfrente un sillón rojo. A mi diestra y a mi siniestra mis libros. Mi camioneta, lo único que me ha interesado comprar en mi vida, en Puebla completamente deshecha por el calor y la velocidad. Ahora, hoy mismo, en este instante en el que estoy sentado con mi mezcal a lado, con el silencio de la una treinta de la mañana, después de que hablé como si no hubiera pasado el tiempo con una mujer que adoré hace catorce años, siento que hay navajas como ojos mi alrededor. Recordar es caminar sobre cristales rotos. Ahora camino.

Espero una llamada de Berenice. Una llamada que no llegará. Estará molesta, estará triste, no lo sé. Ayer me habló a media noche. Peleamos. Ella sí que es una niña maleducada y terrible. No quiso escucharme, el dinero, la camioneta, mi desolación, el amargo mezcal que me embrutecía. He decidido no hablarle nunca más, no contarle mis problemas, ¿para qué? He decidido que le hablaré cuando no tenga este revuelo constante en la cabeza: creo que eso nunca sucederá. Lo que me dijo Alejandra me intrigó: tú nunca has sido normal. A unos días de cumplir treinta años, he comenzado a creerlo. Por eso nunca, nunca he podido estar con alguien, mantener a alguien a mi lado. Ahora, en esta soledad, comienzo a entender por qué. No quiero, ni pretendo, tener a nadie a mi lado. No puedo y porque no puedo, he dejado de quererlo: “A mí me gusta el placer; pero si ese placer me cuesta trabajo, mejor me busco otro placer”. ¿Quién más que Moliere para decirlo?

El teléfono no suena. Cuando uno comienza vivir solo, espera desesperadamente que alguien toque la puerta o llame. Que llegue a la casa y traiga cerveza o drogas, una buena charla que haga placentera la noche, que la haga pasar rápido. Acompañado, uno se entrega a la navegación del otro, a su respiración, a su ritmo de sueño, de sexo, es un diálogo entre las sábanas. Solo, uno tiende a beber y recordar, planear. Es una lástima que lo único que he aprendido es a envenenarme. De eso sí puedo estar orgulloso.

Hoy no fue un día especial, como suelen ser todos los días. La diferencia es que fue Alejandra y platicamos. Vino a mi casa, charlamos y tomó un taxi para su casa. No hablamos de amores, ni de eso que suelen hablar los viejos enamorados que se encuentran. Le hablé a Laiza y su padre me contestó. Es una verdadera lástima que lo nuestro termine así, yo quiero ese dinero. Ella había ido al teatro. Compré diez pesos de jamón Vive (que es horrible), diez pesos de queso Oaxaca (nunca he sabido por qué se llama así), un Squirt de 600, unos delicados con filtro, dos panes (una hermosa concha que devoré con placer) y una leche de chocolate. Después vi Bones y, en un intento de disciplina, me puse a escribir un poco. Ahora, en esta etapa de mi vida, prefiero escribir por las mañanas. Debo decir que he terminado “Hombre solo en la ducha” y no me ha gustado el final. Lo dejaré descansar unos días y lo retomaré con más calma. Ahora tengo cuatro temas que me interesan para "Apuntes de Domingo" (es un título opcional): Un hombre que jugando a la ruleta rusa se dio un tiro en la cabeza en una boda rusa; las fiestas de zero shot que son orgías a las que asisten puro jovencitos y en las cuales uno de ellos es cero positivo (todos lo saben, lo único que no saben es quién es) y la protección es lo único prohibido. Los festejos de 100 años de Mendhelsson en Praga y las cuarenta y ocho horas de música sin parar: un hombre que va y escucha cuareta y ocho horas a Mendhelsson y la primera embajada japonesa que pisa tierras mexicanas en 1614 (aunque este tema será para otra colección de relatos). Para relajarme le escribo algo a Berenice, una especie de disculpa con referencia a las batallas más recordadas de la historia y esto, que, seguramente, será mi regreso al blog. No sé, quizá lo sea.

Todo lo hago para contribuir al odio y para que la disciplina no se olvide que en esta colonia de interés social, hay alguien que en medio del silencio y la noche, intenta no morirse de hastío y pena. “Colorete y quitasueño”, la mejor canción de Nacho Umbert. Seguramente dormiré con tres poemas de Tedy López Mills. (ayer soñé con esos gusanos que comen cadáveres ¿qué será?)