jueves, 15 de mayo de 2008

Tvmedusa


Las venas que arrancan la esfera


Se engaña y engañándose te engaña

sin querer. No ve más que el dolor lento

de las cosas. Ignora el movimientode la luz. El ve sólo la montaña.

Es su realidad una maraña

de símbolos, un puro sentimiento

o un sueño donde el sueño es pensamiento,

cristal de tiempo que la sangre empaña.

Ojo burlado y burlador, tu instante,

tu fragmento de certidumbre inerte

no ve sino diamante en el diamante.

Tú sabes lo que sabes al no verte

e ignoras lo que ignora el nigromante,

lo que ignora la vida de la muerte.
“La esfera y el río”
Pedro Shimose

Pocos recuerdos apacibles guardo de mi padre. He hecho la cuenta. Quizá cinco, quizá seis: nunca estar en casa; comer siempre en la calle; la pizza… quizá los sábados de juegos mecánicos en el Carmen, quizá los domingos y algunos miércoles en la bombonera (Masharelli, Tuca). No más. Apenas guardo una imagen de él reflejada en nuestro viejo televisor Panasonic con trece botones negros al lado de la pantalla como moscas aplastadas.
Mi madre decía que mi padre se hacía chinos. Que iba cada primero de mes a la peluquería de Lucha, allá por Melero y Piña. Que le daba pena que las demás mujeres comentaran lo raro de ese hombre que religiosamente se hacía los rulos. Recuerdo que se dejaba el bigote en un intento por parecerse a Tom SellecK en Magnum (eso en la primera etapa, luego pretendió parecerse Steven Segal en Nico). El bigote como una referencia clave (quiero acordarme y cierto asco al describir a mi padre me atrapa las manos. Cierto asco parecido al repudio del sexo), varado en su labio como una manda terrible (un animal que lo devora).
Mi madre me dijo que jugaba fútbol en el Cruz Azul, en las fuerzas básicas, que tenía futuro, que quería dejar la ingeniería para dedicarse a jugar, jugar, ese presagio, era su vida. Nací. “En el medio tiempo”, solía decir, sin darle oportunidad de seguir en el campo. Imagino la frustración. Nunca me importó mucho. Entonces recuerdo los sábados en la mañana en el jardín municipal, él con el balón, entrenándome, diciéndome que yo debería jugar fútbol, que lo traía en la sangre.
Lo intenté en la primaria. Sacrifiqué las tardes (Mask, G.I. Joe, Rambo, Brave Star) y entré al equipo. Nos entrenaba un tipo de treinta años, siempre con pants, con la cara roja y caída, (que después supe era provocada por el alcohol). Su cara nunca me dio confianza, aún el recuerdo de su boca y sus ojos lo tengo entre los ojos. Jugué dos partidos: uno en el campo del Seguro Social. Torpe, torpísimo. Mi padre fue a verme. Se enojó mucho. Es duro ver a un hijo fracasar. No me habló en mucho tiempo y nunca más fue a verme. Seguí entrenando, quería mejorar sin muchas ganas. Siguiente partido en la deportiva, campo 4. Evidentemente era banca. Miraba los árboles escuetos de entonces, jugaba con la tierra, veía a lo lejos, sin perder de vista nada: el vuelo de alguna hoja, la frialdad del aire. Me llama y me dice que es mi hora de jugar. Tiemblo. El campo de juego es una boca desdentada pero salvaje. Entro al campo sin ganas, sin remedio, agobiado. El resultado fue fatal: provoqué tres penales por tocar el balón con la mano y anoté dos autogoles. Jugué media hora y el entrenador (aquella bestia alcohólica) me sacó entre gritos y salivazos.
Mazinger Z en la cabeza, Koji Kabuto en la cabeza, los viejos partidos de mi padre, los viejos concejos de mi padre, sus rizos falsos, su mostacho como nicho de santo, sus ojos. En todo pensé para cubrirme de los salivazos del equipo, de los golpes, de las groserías, de las patadas. Me escondí en la armadura de Mazinger Z, lejos, muy lejos, frente al rosado monte Fuji. Si mi padre hubiera ido seguramente estaría con los niños que me golpeaban y torturaban ante la mirada vengadora del entrenador (barril dentado).
Cuando se fue de la casa le pregunté que por qué nos dejaba, y entre una sonrisa (debajo del bigote-bala), dijo: “porque no juegan fútbol”. Entonces cuando veo el fútbol pretendo acordarme de su cara, esbozarla, verlo dibujado frente al televisor, como si su imagen de tanto permanecer frente al vidrio, se hubiera marcado para siempre. Y le cambio de canal y veo jugar al Toluca y me desespero y me asusto y me acuerdo de los chinos de mi padre y una vez más, comienzo a hacer la cuenta de las cosas buenas. No todo pudo ser tan malo. Lo sé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chico, este texto es terrible, recién hablaba con un bro de mi edad que tiene una hija de seis años y eso me dejó mudo, como tu prosa aniquiladora, acuérdate que fuiste el Zo(basquetbolista, pues), si no todos vamos a terminar en una chilladera. Además tu jefe canta a lo José José y eso no sucede siempre. Abrasivo,
S