miércoles, 22 de octubre de 2008

La fiebre y la cicuta

Se fue el fin de semana como se van las moscas tras la mierda. La palabra maravilla no termina de gustarme, pero sé que he quedado maravillado. Deslumbrado entre las capas de luz que su cuerpo puede segregar como una fruta. Y sí, el fin de semana pasó como pasan los ojos de los oficinistas por las tetas de las secretarías (honestamente y veloces como una bala). Gabriela apareció de nuevo y la tierra se abrió (al menos la tierra de mis manos y mi cuerpo y mi cabeza regordeta) y el tiempo (esa mancha sin sentido) desplegó las medias sobre el buró para dejar entrar el miedo y el deseo y la inconformidad de este mundo infecto.
Sentí entonces que ya no figuraba entre nosotros aquel espacio en blanco que nos separa y nos mantiene alejados y de espaldas (Magritte se ha quedado corto). Me equivoqué. La distancia continua ante nosotros, es un escalpelo de hierba que nos impide, que nos separa.
A veces lloro sin querer. La imposibilidad, el dolor de no poder. La agonía que se repite, una oración atribuida al desasosiego. Ella se aleja con saña, con cierta inevitable malevolencia. No sé cuanto soportaré, cuando podrá soportar mi cuerpo aquellas yagas. En realidad, las ventanas del mundo se me cierras como gargantas inflamadas. Nunca pensé que fuera tan difícil, tan turbio.
El fin de semana se largó como se largan las putas beliceñas en un hotel junto a la playa. Pasó tan rápido que apenas una espina se clavó en la pierna, en algún lugar del brazo, en cualquier parte. Gabriela, que se inunda y se desborda en una lejana bahía a la cual nunca llegaría con vida, cerró los ojos bajo una luna carnívora, a mitad de los muebles del mundo, cual daga, cual guillotina, cual arma sanguinaria, cual toxina entre las uñas y los párpados.

martes, 7 de octubre de 2008

Fin de semana

El fin de semana fue turbio y octasílabo. Fuera de tiempo en este tiempo que lucha desesperadamente por pertenecer, por permanecer aquí, sin perderse. Un bypass, un paro cardiaco o una instancia fuera del calendario cívico. No existió la realidad, las 24 horas comunes, el tiempo que se desliza como un lagarto. Hubo, en cambio, una torva animal que recorría los segundos que no eran, las trampas que no eran. Arriba de una flor que no existía en realidad, se suponía sobre el vapor del alcohol y el fuego del cigarro (esa brisa). No supe (como nunca sé) el contrapunto en el que se movió la melodía, su acelerado paso, su girar hacia la nada en un hueco que más parecía Mr. Hole de Berkowitz. Surgió de repente como anhelo y fue una revolución tal, un impacto tal, que me recordó la vez que me rompieron el brazo en una pelea en la secundaria, una pelea que yo no inicié y me tocó. La recuerdo. Así fue el deslumbramiento, así fue la llegada de ese tifón de fuego que ahora reposa estancando en mis labios, en mis brazos, en mi cuerpo de torpe topo turbio. Y entonces nadie puede negarme esa noche. Ni mi madre que fue a mi casa la mañana del lunes 6 de octubre después de meses sin verla y me dijo que no tomara, que no cagara mi vida así, que no me dejara caer como antes, que no me desvaneciera en ese tul que en mi vida ya ha estado raído. Le dije que sí para tranquilizarla y en cierto momento me convencí de ello. Traté de vender mi usb por dos pesos en un lugar de Calix, completamente ebrio, completamente sucio; sólo quería regresar a casa, que es, por mucho, el fin del camino y dormir, que es, al fin, el reposo del deseoso. Esa mañana no hablé solo como la mañana de octubre de 2007 cuando hablaba solo camino a casa mientras recordaba a no sé quién. Es ganancia.
Pero ese fin de semana fue revelador, terriblemente revelador (ver una Furia). Gabriela se plató como una profecía aterradora, como el anuncio de mi muerte, el augurio de que estoy entregado a consumirme, a largarme de mi cuerpo, a perderme. No tengo miedo. La veía luminosa dentro de una cueva pestilente, sucia, cercana al sismo que regurgita, al pájaro mecánico de Elizondo, al nervio de los árboles (las manecillas de las estrellas y su vómito). Yo sé que terminaré desahuciado, con otro brazo roto, con las uñas trizas; aún así no importa. Al menos, sobre todas las noches y todas las eras y todos los castigos (que supongo nunca vendrán) esa noche fue mi noche, escribimos esa noche, lo hicimos con letra palmer en la hoja en blanco del futuro.
Ahora por momentos me duele la cabeza, me sudan las manos y dejé el trabajo del redalyc para trabajar en la novela. Aún recuerdo esa cercanía que abría los mundos.

viernes, 3 de octubre de 2008

Olor 1

Gabriela huele al respiro de la menta, al pasto domeñado en madrugada; huele al calor del único beso que me dio mi padre antes de perderse para siempre; huele a la canela que surge en la cocina de noche, ya en pijama; a cobijas nuevas, a radiantes explosiones del pasto, a hierba trasparente un día de campo frente al sol; huele a lo que huelen las nubes y el humo de la tierra, a volcán, a mariposa y vuelo, huele a ropero, a madera seca, a un torvo mirar, huele a ese olor que dejan los cerezos cuando caen. Huele a niebla, a sonrisa, a abrazo entre las lágrimas. Gabriela huele a la espuma del Caspio, a envoltura de cacao, a paquete de pimienta, a bote de helado, a zapato nuevo, a tarta de frambuesa sobre una mesa de barro; huele al fin del mundo, a la explosión del arcoris, a tabaco mordido por la oruga, huele al movimiento de los enamorados, huele a relámpago, a promesa, a un poema de Lezama, a baile entre ciegos, a los vertederos de sangre de Mictlan, a curado de fresa. Gabriela entonces, huele al polvo que cubre las vitrolas, a las telarañas que reposan en los cuadros de San Jorge, a los pasos de las hormigas que dormitan, al requiebro de los faunos, al zumbido de la guillotina que cae, al alarido de los tormentosos, al éter y al topo, entre la centuria y el siglo, huele al tiempo que sucede de repente, a la estela que presume de cometa, huele a todos los sueños que he soñado, huele todas las casas que he vivido, Gabriela huele a la humedad de los abrigos de mi abuela, a su trenza casi cana y su olor a pergamino. Gabriela huele al aleteo de las aves que transmigran, al reposo de los gatos que pernoctan. Huele al olor de los párpados cuando se cierran, muertos de sueño, hartos de soportar tanta fatiga.

viernes, 26 de septiembre de 2008

fin de entre encanto

Hay en la tarde cierto veneno que ciega. Las manos apenas se mueven sobre las teclas y el trabajo parece una serpiente que tuerce el mundo. Hay algunas mujeres que merecen ser vistas, como Gabriela; un informe del mundo completo, desde el techo del césped hasta el mueble amarillo del espacio.

No tengo muchas ganas de estar aquí, en la oficina compartida que parece una célula madre o una espora. Escucho a los Appalachian Terror Unit. Rafael los fue a ver a Querétaro el miércoles. Me sentí muy mal al no poder ir. Esa sensación de que mi mundo se reduce a mi trabajo. De cualquier manera fui con Gabriela a tomar cervezas. Hace mucho tiempo que no me sentía tan complacido, de buen humor. Fue algo completamente increíble. Ella es fabulosa (esa palabra ingenua). La miraba con la boca abierta, completamente, completamente alelado. Borroso. Quería estar con ella toda la vida.

(Gabriela como un azor atravesando el requiebro del humo…Gabriela avispada entre las flores parecida al absurdo del papel y el tósigo…)

No sé qué me pasa. Tengo que ensayar, quiero ensayar. Al menos ya estoy más tranquilo. Quiero fumarme un cigarro. Ahora me trata con una indiferencia abismal. Creo que la entiendo, la otra vez que salimos con otros amigos sentí su lejanía… creo que estoy enfermo…me siento como un acosador. Hablando de una mujer como si la conociera…espero que no lea esto ¿o lo publico para que lo lea?

Hay momentos en los que me desconozco.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Afantasmado atípico

hay algo mal en mí; algo que no funciona, un mecanismo platinado que se ha chorreado. voy a destiempo, estoy agobiado, urgente. ¿Qué es lo que quiero? ¿Que es lo que mi cuerpo quiere? Tengo muchas cosas en que pensar, muchos resuellos que contar, que decir. mi cabeza ocupada en estupideces. aún así me lleva el diablo, me carcome una impaciencia no identificada, una amenaza turgente. Sólo tiemblo y el estómago da giros increíbles como acomodándose para aventarse a la nada. recuerdo el miedo de niño. el miedo a moverme, a patear, el miedo a la gente que me infectaba la lengua, el odio que nació del miedo, el odio contra todo, contra las mujeres a las que tanto trabajo me costaba hablar, a los demás, un odio terrible a los demás, a los que tenían novia, a los que jugaban mejor que yo, a los que se reían en las fiestas con tipas sonrojadas por el alcohol, latentes como flores de carne, aputables y comibles como el riñón de un cerdo. odié tanto y a tantos, le tuve miedo a tantas y a tantos que ahora hacer una lista ocuparía un importante cantidad de hojas. miedo invisiible, miedo a que mi cara pareciera una botija, a que mi voz fuera el grito de un simio, miedo, miedo, toda mi vida ha estado bautizada con miedo, con asco y miedo: mi estómago perforado sin sentido. los nervios de punta parecidos a alacranes en los huevos, mierda, mil veces mierda, mierda, mierda, mierda, me estoy muriendo de un viejo y conocido enemigo, me ha recordado, después de tantos años que soy un inepto, un ingenuo, un patético niño desnudo a mitad de la calle. cómo quisiera levantarme ahora, ir con gabriela y decirle todo, todo... tomarla... parece que mi cabeza va a reventar en un arcoiris de esperma viejo y frutas secas. Gabriela se ha convertido en un fantasma que me tortura las veinticuatro horas; un veneno que con sus espinas desbarata el sueño. estoy nervioso como la primera vez que besé a una tipa. tan nervioso como entonces; pero ahora no tengo tipa y no estoy a punto de dar un beso, no. Ahora estoy así por rutina, por asco. quiero calmarme un poco, un leve aroma a tierra mojada acaba de entrar por la ventana. Siento que esta vez no saldré. Me hundo inevitablemente. No sé que pasa.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

hoy amanece la ciudad más conmovida

Hoy ha revivido la ciudad, ha pasado del letargo a la actividad intestinal. Tengo calor y frío. Dicen que comienzan los frentes fríos. Es mejor, siempre lo he dicho. Hoy escribí algunas líneas, no quiero decirlo, pero escribí ciertas ideas que me rondaban por la cabeza desde hace tiempo. De la novela voy bien, no encuentro el interés, eso es verdad, pero creo que es una novela que le falta el rigor de la casualidad, quitarle el bozal del orden. No encuentro la tensión, pero creo que ahí radica su fuerza, en su linealidad. Ahora pasan cosas, pero son cosas que no avanzan, que se quedan ahí y ya, no generan, no dicen más nada, sólo es el paso definitivo y sólido de un acontecimiento sin fututo. No hay nada memorable, digamos, no hay nada que sea digno de conservarse en la memoria. No hay Macondos, por fin, no hay mariposas, mujeres desnudas… la novela pasa y ya, eso me gusta y hasta a mí me entra el tedio, ese tedio que quiero representar, pero sin pesadez, un tedio que entra en la piel detalladamente y que sin saberlo ni sentirlo se expande para morirse en algún lugar del cuerpo.

Ayer en la noche me sentí más relajado. Hoy el trabajo es animal. Apenas estoy saliendo de él. Ayer estaba estresado. Parece que habito un cuerpo rentado, luego, sin quererlo, me disparo y salgo de él, lo abandono impunemente y sólo se queda ahí mi cara estúpida, con mis ojos estúpidos, sin sentido. Un cuerpo de gato muerto a la deriva, el ojo de alguien avisando la debacle del mosto. Quiero irme ya. Siempre quiero irme.

¿He dicho que vi cómo pintaban un toro mecánico?

Sigo enamorado de Gabriela, eso creo yo. Quiero creerlo, me hace falta, hoy hablé con ella tres segundos, me miró un poco y nada más. Fue suficiente. Es el estúpido síntoma del patetismo y la soledad. Cada vez engordo más, irremediablemente.

hoy me comí unos nachos con queso y nada más, ni siquiera he tomado agua, creo que iré por una al oxxo, aquí ni venden. Ayer escribí con lai una obra de teatro para sus alumnos. No quedó tan mal dadas las circunstancias. Me divertí. caí rendido.

despertar y llevar a Santiago. Tenía diarrea. Odio eso. tengo audífonos nuevos.

martes, 16 de septiembre de 2008

16 septiembre en la oficina que huele la casa de mi abuela

Antes de la lobotomía. Ahora no siento gran cosa. He tenido un ejercicio espiritual increíble: nada. Tengo 28 años y nunca antes me había sentido así. Cuando estoy con Laiza pienso en otra cosa, en el trabajo, muchas veces. En las mujeres del trabajo, para ser más exacto. No es gran cosa. Siempre he peleado por no sentir ningún afecto gastado. Siempre mantenerme al margen de lo establecido, ¿por qué? No sé, en realidad siempre creí que haría algo sorprendente en esta vida. Estaba equivocado. Nací para ser un perdedor. Digo, un perdedor real, no un perdedor de aquellos que no tienen dinero o no triunfan en su vida de competencia. No. Un perdedor de aquellos que han caminado por la vida con los brazos abajo; aquellos que han tenido las oportunidades y se han quedado en el umbral y se contentan con decir: ¡qué de cosas pude haber hecho! Esos perdedores que niegan, después de una batalla profunda, el grito infame de la fama y se esconden tras grilletes y pretextos (que para algunos son objetos de igual raíz) y siempre están en la posibilidad. Desde ahí, sin duda, me muevo con miedo y sin confianza, pero me muevo, irremediablemente me muevo.
Trabajo en radio y luego no sé qué decir en el micrófono. Sé que algunos me matarían por estar en el lugar en donde yo estoy, lo sé, pero bueno, yo siempre he querido estar en otro lugar (aunque este no me desagrada) y no lo estoy. Digo, todos se joden en esta ciudad y en todas. Por lo pronto me siento alejado y creo que mi relación con Laiza sirve de catalizador (esa palabra tan de taller mecánico) para el mundo. A veces pienso en una mujer que me gusta. La pienso mucho o de vez en cuando. Trabaja en el radio, del otro lado de las oficinas. Digamos que es una gran locutora que se mueve en el mundo como el polen flota por el aire. Así de versátil es, de viva (una serpiente de polvo). Me gusta. Pienso de más en ella, pero no puedo permitirme pensar en ella, ni mucho menos. Ya no tengo derecho, no tengo derecho a querer a otra persona. Me tortura, de verdad me tortura siquiera pensar en escribirle algo. No, simplemente no. Es un tormento pero le veo la cara en todos lados. Apenas me habla, lo sé, apenas sabe que existo y de pronto ya estoy cayendo en el juego que siempre negué jugar ¿me doy cuenta? A ella no le importa y a mí, irremediablemente me carcome lso dedos y las uñas y los ojos y mi vida que poco a poco se va por el caño parecida a la sangre de un cadáver abandonado en la tina del baño.
Entonces Gabriela se parece ahí y clava su mirada, que apenas me observa y termina con mi vida y con mi tranquilidad, ese perfume que siempre quise conservar en la solapa. Sí, yo amo a Laiza, me divierto, pero… pero Gabriela erigida por el olor de otro canto y otro mundo en mi ridícula fisonomía de adúltero.

¿Por qué creo menos en las cosas?

lunes, 25 de agosto de 2008

viernes, viernes

Tengo unas ganas terribles de beber cerveza. Reírme, emborracharme ligeramente, un beso de seda, se llama una bebida, supongo. Salir de aquí, abrazar la carcoma del alcohol, tenerlo en las manos en forma de una cerveza reveladora, que me inunde con su orgasmo de lúpulo. Me estoy volviendo viejo, que figuras tan horrendas. Siento el fervor del alcohol, la podredumbre de algo que se acaba y otro algo que comienza inconmensurable, sin sentido aparente, un hervor de vísceras. Hoy comieron chamorros de cerdo en la oficina. Ver comer a los demás, un hueso repleto de carne putrefacta, no me agradó para nada. El banquete caníbal pude nombrarlo pero no lo hice. Afuera hace un frío delicioso, como un trago de garañona (quiero una botella de garañona) La ilusión de poseer algo para siempre. Le dije a Cecilia que nada dura para siempre. Que Verónica ya se va, me dijo, no le creí, no sé, simplemente no le creí. Quedamos de ir a verla, el sábado quizá. No sé si deba ir. Creo que nada es para siempre. Cierta mágica bebida entre nosotros se acabó, ahora me queda la resaca de la vergüenza y el aroma apenas perceptible de la distancia. La estimo mucho, eso sí o eso creo, no pretendo ser hipócrita, ni engañarme. Al parecer una fuerza enigmática nos desprendió aterradoramente sin siquiera preveerlo. Así deber ser, supongo otra vez, la grandes despedidas, las dramáticas despedidas de Calvino o de Sabato o de Benedetti. El dolor fantasma en las costillas y el costado, siempre el estómago conjurando sospechas innecesarias.
Hoy abrá un concierto de música electrónica. A estas alturas no me importaría ir y beber.

jueves, 21 de agosto de 2008

dos manos, dos chelas


Con Condenada y Bruce Violet en Tultitlán, chida la banda

Regreso

He cambiado de trabajo. Me agrada, estoy más tranquilo. Tengo cierta angustia. No importa. Ayer en la noche vi a dos adolescentes besándose en Isidro Fabela y Gómez Farías. No sentí nada, quizá un poco de gusto. Eran delgados, tenían quince, catorce años. Mientras pasaban los autos ellos se besaban. No era una metáfora del amor, no sé, no mi importa. Era deseo, lo vi, lo vi alrededor de ellos. Hace mucho tiempo que no siento eso. La vieja serpiente agónica. ¿Qué hace falta? ¿Volver? Ahora platico mientras entro a la cabina, trato de escribir, pero platicamos, nos reímos un poco. Tengo que ir con Rafael para ver lo del Keyser. Me siento cansado, mucho. Parece que hoy no importa nada gran cosa. Sigo soñando con mi pierna mutilada, siento su ausencia, el cosquilleo de su ausencia y la sangre. La ansiedad de morderme los dedos. Ya entregué la tesis, me dio gusto, pero ahora tengo otras preocupaciones. No quiero hablar de ello. Escribir guiones, muchos. Por lo menos escribo todo el día. ¿He regresado?

viernes, 4 de julio de 2008

Un bello, bellísimo recuerdo de la última tocada en Acapulco. Jess y yo.

Las bromas de siempre


Me han dicho que cuento los mismos chistes y que cada día estoy más gordo. Tengo problemas, uno tras otro con la posesión del dinero, a veces pienso que hay gente que me desea ver muerto, o mal, creo que disfrutaría más mirando como me voy a pique, desolado y destruido. Ahora no nos han pagado otra vez, se indignan y se jalan los cabellos de vergüenza pero aún así no hay dinero. Tengo veinte pesos en la bolsa y nada, nada más. He contado los mismos chiste toda mi vida, pero a veces creo que todos lo hacemos, nos repetimos infinidad de veces en los otros y en nosotros mismos. Hoy por ejemplo le dije lo mismo que siempre le digo a Laiza en la mañana: mutante, y ella me ha dicho algo distinto, que nunca antes había dicho, pero lo he olvidado, como siempre olvido esas novedades y regreso y me resumo a lo de siempre, que se ha convertido, con el tiempo, en la única música dulce para mis oídos. Aún así, creo que hay gente en esta ciudad (y en otras ciudades) que sería muy feliz si estuviera muerto o fuera un alcohólico o un vagabundo. Presiento ese odio en sus miradas y en sus preguntas y lo desafortunados que son cuando les digo que estoy bien y que me divierto y que sigo mi vida como siempre, un poco distinta pero como siempre. Ellos son los que veo, pero los hay también que ya no los frecuento e imagino que se relamen las manos cuando fracaso, cuando no logro nada, cuando pierdo, cuando me atoro (escucho su carcajada furiosa en las paredes). Estoy hambriento y triste. Al menos el cuarto en la casa nueva está mejor, porque tengo casa nueva, he podido escribir y el novela parece que arranca el vuelo desmedido; aún así creo que no puedo escribir de otra forma más que ésta y es absurdo que me fuerce a ser otro, a pensar como otro, a decirle a la voz que me habla que cambie de ritmo y de tono. No sé, creo que no es posible. Miguel, el baterista de Keyser se va a ir a Chiapas y nos va a dejar colgados con muchas tocadas. Me afecta regularmente porque tocar para mí ya no es un juego adolescente de testosterona; es como un virus que ha afectado todo mi organismo, es necesario y vital para mí ensayar y tocar, es una necesidad. Al final, parece, nos vamos a quedar los que iniciamos desde hace muchos años las bandas. El mundo y sus millones de giroscopios.
Una vez más he sido engañado por los burócratas. Una vez más engañado, como siempre. Estoy escuchando a Tragedy, banda de bandotas, una verdadera chulada. Ayer ensayamos, el miguel por fin no se va, se que da con la banda, eso me puso de buenas aunque estaba que me llevaba el diablo. Siento una gran carga en los hombros, como si cargara un lagarto enorme. Por fin, algo de respiro y quiero tomar unos tragos, divertirme, no quiero seguir la fiesta hasta mañana, no quiero, mi cuerpo está cada vez peor, ayer me tomé unos mezcales y amanecí con una terrible diarrea y una cruda brutal y sólo me tomé como cuatro cubas leves, no sé, el alcohol ya no me quiere en sus dominios, parece que les estoy cayendo mal a todos los de antes, a todo lo de antaño. Cambiar de régimen, cambiar de forma, cambiar, no importa, no me importa, ahora sólo me interesa escribir y tocar, santiago y laiza, no tengo grandes metas, no tengo aquel avispón envenenado de la trascendencia, me lo han quitado las crudas y la rutina.

Espero estar un poco contento, bajo la lluvia de esta tarde. Beber un poco y quizá, conocer a una mujer mayor y enamorarnos.

viernes, 13 de junio de 2008

Tv Medusa


Azul Schtroumpfs

En las pálidas tardesyerran nubes tranquilasen el azul; en las ardientes manosse posan las cabezas pensativas.
Autumnal, Rubén Darío, en Azul

Azul como el golpe que mi padre le dio a mi hermano en pleno rostro una mañana de agosto de 1989, mientras reñían. Azul como los primeros intentos que tuvo el asma en mi cuerpo las noches de verano en donde yo era un costal sin freno y sin aire escarbando entre las esporas del oxígeno. Azul como las venas de las manos de Vanesa que luchaban contra mi fuerza mientras bailaban en la sala de su casa evitando que la tocara, que la besara, que la siguiera deseando. Azul como las pequeñas bragas de Clara que cayeron al suelo esa tarde de enero de 1997 para dejarme ver, por primera vez, la desnudez y la dicha de lo terrible. Azul como el cielo de junio que ocupó mi padre para llevar a su amante a la casa y gritarle a mi madre que era fea y torpe. Azul como aquellos calzones que él llevaba puestos cuando en medio de la noche me despertaron los gritos de mi madre en su habitación y él la golpeaba con fuerza y rabia. Azul como los moretones que se le hicieron en las piernas y en los costados. Azul como el cuello de mi amigo el Ocio que pendía de su cinturón y su árbol una madrugada del 2007 frente a su casa, frente a vacío de la muerte. Azul como las tardes del domingo que vagaba por las calles de la ciudad entregado a una rabia infinita de flores y humo. Azul como los ojos de mi hermano después de una brutal pelea contra los federales una noche de abril cuando veníamos abrazados por el alcohol y la hermandad y el miedo estaba lejos quizá en Vietnam o en Medellín. Azul como la luz que vi afuera de la secundaria doce en una pelea multitudinaria. Azul como un resplandor o un fósforo que se prendió dentro mi cabeza aglutinante y maléfico y que me llevó a percibir el frío y el metálico aroma de la sangre. Azul como el traje de mi amigo Raúl Campos Beltrán que murió una noche en una carretera negra y cruel al sur del estado. Azul como las corbatas que usaba y la camisa que en su funeral los encargados del velorio plancharon y perfumaron en pleno día. Azul como el cuerpo de mi primer hijo abortado y enterrado bajo los geranios del jardín de mi madre un 19 de octubre de 1999, cuando no teníamos ganas de quedarnos quietos y teníamos miedo de perder algo que perdimos años después, con calma y sin darnos cuenta. Azul como las uñas de la mano que encontramos detrás de mi casa entre un sostén y unas bragas manchadas de sangre, entre la mierda. Azul como la cara de Pierre Culliford aquel 24 de diciembre de 1992 cuando su corazón se cansó de maquilar hazañas y Les Schtroumpfs. Azul como un libro. Azul como un ave que parece en algún paraíso que no es aquí y que nunca es en ningún lado. Azul como el cielo de San Luis Potosí, 38 grados a la sombra padeciendo una cruda demandante y soberbia. Azul como el tatuaje que rodea la espalda de Laiza como si fuera un mantram vistoso y florido. Azul como la nostalgia de la antigua ciudad, del antiguo cine Morelos o el cine Rex o el cine Florida. Azul como el polvo que se desprendió cuando demolieron la casa de Enrique Carniado y dejaron una placa que inaugura un estacionamiento tierroso y seco como la historia de esta ciudad. Azul como los botes de lágrimas que juntaba Esther Martínez, mi abuela, a lado de su cama para recordar la muerte de mi abuelo. Azul como el odio que mi abuela materna le tiene al mundo entre las espinas de su bipolaridad, su descontrol, su rabia, su constante indignación. Azul como los abrazos que de vez en cuando me daba mi madre antes de dormir, después de que mi padre blandiera su cinturón en nuestras corvas. Azul eternamente azul hasta el hartazgo.

Les Schtroumpfs (Los Pitufos), creados por el caricaturista belga Peyo (Pierre Culliford) en 1958. La serie animada, producida por Hanna- Barbera, invadió la tv mexicana de 1983 a 1994
(el cuadro es un de un pintor chicano llamado Adán Hernández)

miércoles, 4 de junio de 2008

Fui a la playa a buscar algo perdido en Matamoros


El resultado de la espora, en estos días de lluvia y frío. Regresamos de Matamoros completamente desvastados, catorce horas de camino en un camper, como no nacidos aquí, como cometiendo un delito. Apenas nos alcanzó el cuerpo para llegar, para regresarnos. Apenas nos alcanzó el aliento y la carne comida por los insectos y el calor cuarentagradoscentígradoscomouninfierno.
La ciudad se presentó como todas la ciudades, simple como un escupitajo en la cara, un golpe a la mitad de la mandíbula. Lisa como una tabla de piedra en medio de un sofoco, una gota de sudor que escurre por el pavimento y los cuerpos de los perros nauseabundos aventados e inflados al final del camino.
Todo se pudre en matamoros: el agua, los ojos, la ropa, el cabello. Apenas se puede comer, el calor lo desgasta todo y lo consume parecido a un fárrago de mierda, porque el cuerpo en el calor es un fárrago de mierda o abono o pestilencia o algo.
Bebí desesperadamente el sábado en la madrugada. El sol me despertó a las tres de la tarde en un sillón sacado a la calle por una mano piadosa, seguramente. No recuerdo gran cosa, sólo a los Pixies sonando fuertemente en un auto azul y una plática que iba de the Cure a Sonic Youth y el primer disco de Metallica. Bebimos cerveza hasta que se consumió entre nuestras manos y nuestro sudor de madrugada a treinta y ocho grados. La madrugada perfecta en medio del azufre.
Extrañamente no hice amigos, sólo sombras que estuvieron junto a mí en una charla infinita que terminó en una brutal despedida, sin abrazos, sin direcciones, sin buenos deseos. De ellos no tengo nada, ni ellos de mí, acaso recordarán, si es que lo hicieron, una fiesta más de las millones o centenas. Mientras tanto yo recuerdo el calor y algunos nombres sin apellidos que revolotean en el trópico de la resaca.
La playa de matamoros parece sucia en medio de todas las playas del mundo y parece vieja y triste, apenas adornada por una sonrisa que es la gente de trajes de colores que juega entre las olas delgadas de la tarde. Quisimos regresar a esa playa porque nos gusta ver el mar y su broquel irremediable en el labio del cielo. Quise regresar —esto nadie lo supo— porque la última gran foto de los amigos fue en esa playa, con el Ocio vivo, hace más de siete años, todos jóvenes, todos ebrios, todos felices después de tres días de música, alcohol y fiesta interminable. Quise regresar por esa foto, por ese instante que ya no estaba, lo sabía, pero aún así quise estar ahí para encontrar entre las ruinas de la arena un poco de esos tiempos más amables y risueños.
El calor lo esconde todo tras su manto estrellado y famélico.

jueves, 29 de mayo de 2008

Ayer...


Ayer cumplí veintiocho años. Nada pasó. El día transcurrió con su misma eterna melodía. Yo que siempre estuve convencido de hacer cosas grandes, cosas heroicas; que siempre me imaginé en terrenos desconocidos, en lugares lejanos, en aventuras únicas y exuberantes; yo que por las noches tomaba la libreta de dibujo y entre líneas y falsos bosquejos trazaba la grandeza de un héroe nunca vencido, llegué a los veintiocho años sin viajes, sin carromatos, sin novedades, sin retorno.
Trabajé en la oficina todo el día. Me senté frente a la pantalla y después de escuchar algunas canciones corregí una interminable letanía de estupideces económicas. No me levanté de la silla ni salí a comer, ni salí a la calle. No vi la tarde, ni la noche. Quise permanecer en el estado de gracia de los monumentos y los locos. No tenía ninguna pretensión. No fue el juego del misántropo, fue más bien una carencia de sensibilidad, una desfachatez de la arrogancia convertida, por el tiempo y la mugre, en una imposibilidad, en una discapacidad. Me alejé del mundo por inercia, como se mueven los crustáceos en medio del mar templado. Quedarme recluido en el rincón de mi oficina no respondió a nada, sólo a la casualidad.
No quise recordar gran cosa. Las preocupaciones del dinero me ha absorbido por completo: la renta, la escuela, la comida, el gas. Las grandes batallas que planeaba se han reducido a lo inmediato, lo cotidiano como una feroz navaja en la garganta y el cerebro. He caído en la trampa de lo cotidiano, en el empalago de la rutina. El fervor se ha ido con los años, con cada uno de los años.
Entonces me habló Cecilia y me dijo felicidades, lo que sea que eso signifique. No es grato felicitar a alguien por el correr del tiempo; no es grato felicitar a un montón de células que se desmorona cada día. Esto no es una postura decadente o desesperanzada, es la visión más vital que existe: quejarse de envejecer en lo más vital que existe. La desesperanza sería, en todo caso, celebrar la vida hasta el hartazgo, pues en el festejo exótico está el himno a la muerte. Por eso me quedé callado cuando Cecilia me felicitó y Laiza me despertó con un beso y una película de Alex de la Iglesia que ya había visto (pero no le dije).
Siouxi nació el mismo día que yo. Fuera de ella no conozco a nadie más que haya nacido el veintisiete de mayo. Hay mucha gente, lo sé. Por ejemplo, un amigo de mi hermano nació el mismo día que yo. Pero no conozco ningún escritor que haya nacido ese día. Laiza nació el mismo día que Amparo Dávila; Santiago el mismo día que Harold Pinter; Roberto nació el mismo día que Focault, Alejandro cuando nació Wittgensttein, hasta mi ex novia nació el día en que quemaron viva a Juan de Arco. Es como si el veintisiete de mayo fuera un hoyo en el calendario. Hasta en los diarios brincan ese día. Pizarnik no escribe nada el 27 de mayo; Jules Renard, tampoco. Es un hueco.
Siempre le ha tenido miedo a tantas cosas. Siempre me he escudado en la vergüenza y en la culpa. De aquí para allá, traidor, mentiroso y mitómano, hasta ladrón he sido. Arrodillado siempre, cabizbajo; en la postura idiota del artista trivial y ególatra. Aún así conservo la mitad de la vida y la mitad de esperanza (aunque no sepa bien a bien en qué confío); conservo también el reposo de los viejos y buenos amigos, el odio de algunos enemigos y el gusto de la cerveza fría, unos cigarros, la música, la literatura y una buena charla. No sé que signifique todo esto, pero estoy tranquilo. Para bien o para mal, estoy aquí.

martes, 27 de mayo de 2008

hoy en mi cumpleaños

Hoy cumplo 28 años. Es martes y es la primera vez que la paso trabajando, sin alcohol. llevaba una racha endemoniada, nunca estaba en Toluca, nunca la pasaba en casa, siempre estaba fuera. No sé que pasa. Quiero beber hasta perder el control, pero mañana tengo que trabajar. Soy patético. Algo le pasa a la tarde que no fluye. algo le pasa al mundo. El Cue me regaló una agenda del la tipografía del fondo de cultura económica . Un regalazo. Es una lástima que yo no sepa como actuar ante ese tipo de manifestaciones. Fue un gesto increíble, pero soy torpe, me quedo mirando sin decir nada: sólo gracias. Quería darle un abrazo, pero me contuve, ese miedo al contacto con otro cuerpo. Por ejemplo hoy me abrazó la secretaria. Apenas la toqué. Estaba a punto de asfixiarme de la impresión. Me dijo que la abrazara bien...no pude, por supuesto. Me sorprendí limpiándome la mano con el pantalón.
Ahora quiero irme a mi casa y escribir y tomarme una cerveza de un trago. ver como anochece. Quedarme dormido. No me emociono, ni nada. Pocos amigos se acordaron de mi cumple. No puedo exigir nada porque rara vez me acuerdo de los suyos. Sin embargo, los más entrañables me hablaron o me escribieron. Con eso basta pasa sentirme un poco seguro. no tan solo...aunque, de qué sirve?
Me siento como un tronco a mitad de Columbine, un tronco seco y hueco, por donde pasa el viento frío y se confunde con una serpiente igual de fría. Siento un hueco en la cara, en el estómago, en las piernas, un hueco que no llega a ninguna parte, ni siente nada.

jueves, 22 de mayo de 2008

Keyser en el defectuoso


Keyser en el Ollin Nahuil o algo así, una casa ocupa en el distrito federal, ahí por Chapultepé. Bueno, aquí estamos en Reforma, en unos cráneos que algunos tipos pintaron, unos chidos, unos gachos. Mostramos, of course, nuestro perfil pugilístico.

Tv medusa

El segundo infarto del señor González

Te anuncias como la sed.

Alejandra Pizarnik

Cuando en el 2006 sufrió su segundo infarto, muchos de los que estábamos esperando que la señorita del Oxxo nos diera el cartón de caguamas sentimos un ruido en el pecho, como una angina o un durazno que se germinaba en el fondo de nuestro plexo solar.

Mal presagio, mala señal, mal agüero, lo que hubiera sido, casi dejamos caer las cervezas en el piso extremadamente higiénico de la tienda. Me dio un vagido, dijo uno (no recuerdo quien) y otro se agarró la cabeza con la mano en donde tenía los cigarrillos, como si fueran una torunda repleta de alcohol y como si pudiera curar algo.

Por la tarde en las noticias escuchamos que había sufrido un infarto y que estaba hospitalizado en terapia intensiva y que como un héroe de la tv nacional, les había dicho a sus hijos que siguieran con el programa, o sea: “el show debe continuar”.

Nos alarmamos entre trago y trago y uno de nosotros se atrevió a decir: “un toque en su memoria” y otros, lo que fuman dijeron que simón, que esa la única manera de tributarlo y la palabra (“tributarlo”) se escuchó como un plato roto, como un disfraz de bondage, como un cadáver.

Nos dio un ataque de risa y la tarde, parecida a un ciempiés, se multiplicó en la mirada de todos nosotros que apenas hablábamos y llevábamos la cerveza a la boca como un vino tinto que no se tiene ni se antoja. Platicamos de otras cosas, platicamos de círculos, porque el alcohol es un círculo infinito, de encuentros y miradas de reojo, por el filo de la pestaña. Y hablamos de él. Poco, se lo merecía, al final, en medio de dos días de borrachera, de dos días sin salir a la calle, sin comer suficiente, con los ojos rojos como un atardecer en Aculco. Hablamos de él como se habla de un perro viejo, de un abrigo mohíno, de un abuelo o de unos zapatos rotos.

Un tatuaje en la frente desnuda, habría dicho uno medio en risa, en medio de los pedos hediondos que ya caminaban por la mesa y las sillas, en medio del cansancio. Y entonces lo fatal: recordamos. Nadie dijo nada, pero nadie quería llegar a ese punto, en esa tarde, con esas cervezas trepadas en las gargantas como hongos primaverales. El fracaso de la evasión (pensé). Nos atrevimos a recordar.

“Mi madre me decía…”, dijo uno entre los humos del séptimo toque. Y los ojos cerrados, unos conteníamos el llanto porque hablar de él era un presagio de lágrimas, porque hablar de él era hablar de nuestra infancia, de nuestros padres, de nuestra ignominia y nuestra soledad en medio de los salones del colegio en los que abundaba el desprecio y la rabia y la soledad y el destino (bestia viva).

Y recordamos y hablamos de él, tejimos alrededor de él la historia de nuestra vida, la necesidad de beber, teorizamos, reflexionamos, agitamos la manos y dijimos más de una vez: “¡no mames!” o “¡no seas mamón!” y nos tragamos las lágrimas cuando tocaba hablar de papá o mamá o de la vieja que nos dejó porque nunca comprendió la manera más libre de vivir, la nuestra, nosotros que siempre hacíamos que lo queríamos. Y luego nos abrazamos en medio de la dicha de tener corazón y sentirlo palpitar en medio de la noche que ya despuntaba en su colorido brote.

Y su voz aguda parecida a un bisturí sin filo nos abrió el vientre con su risa cancerígena y nos produjo el dolor de cabeza, el rumor de la muerte y la sorna de lo único que teníamos muerto o moribundo: la infancia que se echaba a perder entre el ajenjo que alguien destapó para amargarnos a todos.

Ricardo González “Cepillín” (1946-)

jueves, 15 de mayo de 2008

Tvmedusa


Las venas que arrancan la esfera


Se engaña y engañándose te engaña

sin querer. No ve más que el dolor lento

de las cosas. Ignora el movimientode la luz. El ve sólo la montaña.

Es su realidad una maraña

de símbolos, un puro sentimiento

o un sueño donde el sueño es pensamiento,

cristal de tiempo que la sangre empaña.

Ojo burlado y burlador, tu instante,

tu fragmento de certidumbre inerte

no ve sino diamante en el diamante.

Tú sabes lo que sabes al no verte

e ignoras lo que ignora el nigromante,

lo que ignora la vida de la muerte.
“La esfera y el río”
Pedro Shimose

Pocos recuerdos apacibles guardo de mi padre. He hecho la cuenta. Quizá cinco, quizá seis: nunca estar en casa; comer siempre en la calle; la pizza… quizá los sábados de juegos mecánicos en el Carmen, quizá los domingos y algunos miércoles en la bombonera (Masharelli, Tuca). No más. Apenas guardo una imagen de él reflejada en nuestro viejo televisor Panasonic con trece botones negros al lado de la pantalla como moscas aplastadas.
Mi madre decía que mi padre se hacía chinos. Que iba cada primero de mes a la peluquería de Lucha, allá por Melero y Piña. Que le daba pena que las demás mujeres comentaran lo raro de ese hombre que religiosamente se hacía los rulos. Recuerdo que se dejaba el bigote en un intento por parecerse a Tom SellecK en Magnum (eso en la primera etapa, luego pretendió parecerse Steven Segal en Nico). El bigote como una referencia clave (quiero acordarme y cierto asco al describir a mi padre me atrapa las manos. Cierto asco parecido al repudio del sexo), varado en su labio como una manda terrible (un animal que lo devora).
Mi madre me dijo que jugaba fútbol en el Cruz Azul, en las fuerzas básicas, que tenía futuro, que quería dejar la ingeniería para dedicarse a jugar, jugar, ese presagio, era su vida. Nací. “En el medio tiempo”, solía decir, sin darle oportunidad de seguir en el campo. Imagino la frustración. Nunca me importó mucho. Entonces recuerdo los sábados en la mañana en el jardín municipal, él con el balón, entrenándome, diciéndome que yo debería jugar fútbol, que lo traía en la sangre.
Lo intenté en la primaria. Sacrifiqué las tardes (Mask, G.I. Joe, Rambo, Brave Star) y entré al equipo. Nos entrenaba un tipo de treinta años, siempre con pants, con la cara roja y caída, (que después supe era provocada por el alcohol). Su cara nunca me dio confianza, aún el recuerdo de su boca y sus ojos lo tengo entre los ojos. Jugué dos partidos: uno en el campo del Seguro Social. Torpe, torpísimo. Mi padre fue a verme. Se enojó mucho. Es duro ver a un hijo fracasar. No me habló en mucho tiempo y nunca más fue a verme. Seguí entrenando, quería mejorar sin muchas ganas. Siguiente partido en la deportiva, campo 4. Evidentemente era banca. Miraba los árboles escuetos de entonces, jugaba con la tierra, veía a lo lejos, sin perder de vista nada: el vuelo de alguna hoja, la frialdad del aire. Me llama y me dice que es mi hora de jugar. Tiemblo. El campo de juego es una boca desdentada pero salvaje. Entro al campo sin ganas, sin remedio, agobiado. El resultado fue fatal: provoqué tres penales por tocar el balón con la mano y anoté dos autogoles. Jugué media hora y el entrenador (aquella bestia alcohólica) me sacó entre gritos y salivazos.
Mazinger Z en la cabeza, Koji Kabuto en la cabeza, los viejos partidos de mi padre, los viejos concejos de mi padre, sus rizos falsos, su mostacho como nicho de santo, sus ojos. En todo pensé para cubrirme de los salivazos del equipo, de los golpes, de las groserías, de las patadas. Me escondí en la armadura de Mazinger Z, lejos, muy lejos, frente al rosado monte Fuji. Si mi padre hubiera ido seguramente estaría con los niños que me golpeaban y torturaban ante la mirada vengadora del entrenador (barril dentado).
Cuando se fue de la casa le pregunté que por qué nos dejaba, y entre una sonrisa (debajo del bigote-bala), dijo: “porque no juegan fútbol”. Entonces cuando veo el fútbol pretendo acordarme de su cara, esbozarla, verlo dibujado frente al televisor, como si su imagen de tanto permanecer frente al vidrio, se hubiera marcado para siempre. Y le cambio de canal y veo jugar al Toluca y me desespero y me asusto y me acuerdo de los chinos de mi padre y una vez más, comienzo a hacer la cuenta de las cosas buenas. No todo pudo ser tan malo. Lo sé.

viernes, 9 de mayo de 2008

descuido


mellevaeldiablo, no he podido subir nada o muy poco, ahora voy al df a grabar con el re.in, desde hace mucho tiempo queríamos grabar, entonces ahora es el momento, creemos que es el momento. Estoy crudo, crudísimo, ayer, con Rocco y vicente y Zujey y Bretón y Nutte, wishky (o como cojones se escriba), cerveza (yo prefiero la cerveza)y la noche, la mañana que nos sorprendió en medio de una plática interminable, de una bebedera interminable. Alguien arrazó con las botella de vino. Alguien o algo. Ahora tengo que irme de aquí. Aú no puedo hacer del baño en otro baño que no sea el baño de mi casa. El estómago me va a reventar. Me tengo que ir. Estoy sudando como un animal enfermo. debo hacer algo, irme, sí, irme. Espero que la grababación quede bin, que todo fluya, como sangre de la nariz, como cualquier cosa, que salga delicadament. Necesito un cigarro y una cerveza, dormir.
(no sé por qué me ha dado asco el cuerpo humano, mi propio cuerpo, la carne. Son ataques que me dan por momentos. tengo que aguantarme el vómito, huele a carne humana y a sangre) (el cuadro es de Dirk Skreber)

martes, 6 de mayo de 2008

Los gallegos ¿difíciles de penetrar?


Hoy no quería salir a trabajar. Cinco días de puente son suficientes para acostumbrarse al ocio y a la lectura (aunque más lo primero que lo segundo). Me levanté tarde de la cama, definitivamente pensaba en brincarme un día de trabajo y pensé en hablarle a Blanca (mi jefa) y decirle que seguía muy enfermo, cosa relativamente cierta. Pero no me atreví, no quise comenza con ese juego de la justificarme otra vez, como siempre.

Prendí la tv para ver las noticias, sobre todo para ver la brutalidad con la que televisa y tv azteca declaran su postura pro Felipe Calderón, pro derecha indiscriminada. Vi entonces que Boris Izaguirre estaba en el estudio con Carlos Loret de Mola. El motivo era difundir su novela, Villa Diamante, que resultó ser finalista del premio de novela planeta 2007. Este showman venezonlano, muy fresco, muy seguro contestó una serie de preguntan un tanto sosas. Sin embargo, cuando comenzaron a hablar de México, Izaguirre recordó que él vivió en este país cuando él tenía diez años: "es un encuentro con mi infancia", dijo. Luego, como es de esperarse en reporteros del corte de estas televisoras, de Mola preguntó la siempre preguntable pregunta: "¿Te gusta la comida mexicana?" Boris contestó que le gustaba mucho, pero que a su esposo le gustaba muchísimo (Boris Izaguirre es gay):

-A Federico -creo que se llama su esposo- le gusta mucho la comida mexicana -dijo Izaguirre. "

-¿Es español? -preguntó de Mola.

-Sí, es gallego, de Vigo.

-Oye, Boris -preparó Loret la pregunta más recurrente que se le puede hacer a un gallego a al esposo de un gallego-, ¿es verdad que los gallegos son como cuentan los chistes, medio distraídos?

-No, no -respondió Izaguirre-, bueno, lo que veo en mi esposo, es que los gallegos son muy difíciles de penetrar...

Silencio de segundos, la cámara hizo un zoom a la cara de Izaguirre, quien con una delicada, pero contundente mueca aceptó que había dicho algo verdaderamente fuera de lugar; luego la cámara hizo un zoom con Loret de Mola y su risa contenida trató de guardarse detrás de los labios.

-...bueno, lo que quiero decir es penetrar en su personalidad...

Mejor cambiaron de tema y halaron de la novela, que era de lo que tenían que hablar. En fin, ahora me queda la duda en ¿verdad son difíciles de penetrar? En su personalidad, claro...

El Re.In en Don Bau

lunes, 28 de abril de 2008

Video Keyser Soze en Don Bau, abajo del choro

simón, aquel gordo greñudo que canta soy yo. El güero de Rancho Capistrano es el Leo; el de la guitarra que parece que está encabronado es el Rafa; el chichi al aire es el Miguel y el del bajo es el Juan. Noche don Bau: Pulque, cerveza y unos que otros guamazos, leve la banda. La rola se llama Post Mortem y es el primer video de Keyser en la web. Por cierto, gracias al webas quien lo subió. Uuuuyy, quien me viera tan formal.

kesyer Soze en Don Bau


El trabajo es increíblemente infinito

El trabajo es increíblemente infinito. Invento de una mente incorrecta, viciosa. Siempre que voy al baño de la oficina, espío a las mujeres que van a comprar comida tres pisos más abajo. Me quedo ahí mirando. Hoy Cúe me sorprendió. Me hice un poco para atrás, pero no supe que hacer; él caminó hacia atrás, buscándome. Fue inevitable no vernos. Me sentí mal, “atrapado” en uno de los pocos placeres de oficina. De hoy en adelante tengo que estar alerta, siempre vigilante. Le grité desde arriba: “estoy espiando” y el gritó tres pisos más abajo: “’¿a las niñas que van a comer? Que bueno”, eso dijo, pero estoy seguro que le dio miedo, que pensó que soy un enfermo, y para el caso lo soy.
Recordé cuando trabajaba en la biblioteca pedagógica. Una maestra que se llama Yolanda me dijo: No te apures tanto, al fin que el trabajo nunca se va a acabar. Lo dijo como una sentencia terrible: “el trabajo nunca se va a acabar”. Estuve un año en la biblioteca y catalogué y registré más de cinco mil libros. Cuando salí de ahí, un nuevo donativo de tres mil libros más esperaba por ser puesto al día. El trabajo es infinito.
La semana pasada comenzó a llover y con la lluvia llegó el trabajo descomunal y sin sentido. Apenas pude escribir algo, apenas pude llegar y discutir con Laiza y luego abrazarnos.
Siempre veo películas a la mitad, el sueño me destruye las ganas y los ojos. Entonces sólo vivo para el trabajo porque la novela va de mal en peor, Duval no quiere manifestarse, no aparece, se ha convertido en un manchón de letras negras. Almudena, pensé, comenzaría pintando un hombre que se come a sí mismo, una especie de antropofagia pintada con los ocres y negros de Goya, una insinuación. La lectura del Gran Vidrio de Bellatin me ha servido para establecer la relación de Carlos Madrid, Morgo, con su madre, aquella exposición de los testículos es una imagen sorprendente. Aún así llego a casa demasiado fastidiado del mundo y de mí, apesto a mí todo el tiempo, todo lo veo a través de “mis” ojos y de “mis” intereses.
La novela no madura y me preocupa un poco, sé que saldrá, se que reventará en un momento como va a reventar mi vida, mi paciencia. “Reventar” como parábola de la “explosión”, han explotado tantas cosas, que ahora no sé si temer o quedarme a la orilla del tranco.
Me ha comenzado a fastidiar este espacio reducido y este mecánico clonar de sonrisas, saludos y recato. Espero grabar pronto, soltar eso también, que salga y se pierda y ya no se pudra dentro de nosotros (como un diente podrido) Hay tantas nubes en el cielo de Mayo.

viernes, 18 de abril de 2008

Toluca Festiva: discriminación, intolerancia y burrez

El discurso de derecha que vienen manejando Felipe Calderón y su horda de compinches se dejó sentir, como una garra, en esta fiesta de Toluca ciudad. Primero: la discriminación y la exclusión de manifestaciones artísticas. La exclusión descarada y vil de grupos culturales y artistas locales y estatales. Además de la inmensa falta de interés por difundir la cultura en la ciudad, a pesar de que Juan Rodolfo diga que quiere hacer de Toluca la ciudad con más actividad cultural del estado: sí, seguramente con la ayuda de Belinda lo va a lograr.
El discurso de la derecha excluye y reprime otra manifestaciones culturales, homogeniza, uniforma, por eso el ayuntamiento cree que en Toluca todos somos iguales y que por eso los eventos que ofrecen son Light, sosos y mediocres. Olvidan que gran parte de la población pide y exige otro tipo de entretenimiento, tiene otras necesidades, pero eso no le importa a la derecha brutal y ofrece lo que les conviene, lo “bueno” y lo “saludable”, o sea, lo que sale en la tv.
Hoy fui por pura curiosidad, a una evento en el marco del festival, se trataba de una fraternidad internacional de jóvenes, quienes bailaron durante casi una hora. El espectáculo fue deprimente (no por los chavos que le echaban ganas), eran bailes tipo Hig School Musical, música gringa, coreografías gringas y el discurso gringo de: “miren somos bien tolerantes” porque ponen un afroamericano, una asiática, un latinoamericano y un gringo a bailar coloridos y ñoñísimos bailes. Así fue lo que hicieron estos muchachos sólo que versión mexiquense: uno de neza, otro de izcalli, unas toluqueñas y una que otra coreana, nada más para que no digan que no son internacionales.
Lejos del espectáculo gringoide, el presentador era un inepto, irresponsable y sobre todo, discriminador. En una de sus participaciones, dijo que a él no le gustaban los “darketos”, que se veían mal y que hablaban de muerte y le preguntó a una señora que estaba por ahí lo que opinaba de los darketos y ella dijo: “pues nada, no conozco a ninguno, no tengo nada que decir, cuando conozca a varios podré opinar”, entonces este hombre, el presentador (no pude preguntarle su nombre), al ver que no era la respuesta que él quería, dijo: bueno, pero a poco a usted le gusta como se ven y la señora dijo: “no”, que le causan (siguió ese tipo): “miedo”, dijo la señora. Entonces se fue con otra persona y descargó: “A poco a usted le gustaría que un hijo suyo se vistiera como los darketos” a lo que la señora respondió un rotundo “no”. Luego dijo y preguntó: “A mi no me gustan los darketos, y a ustedes ¿les gustan los darketos?” Se alcanzaron a escuchar unos leves “no”, pero la mayoría de la gente permaneció callada (toluqueños), sólo una mujer gritó: “no, no queremos darketos” y luego se rió.
Este es discurso discriminador del PAN, de Calderón y de Juan Rodolfo Sánchez, la fraternidad, según busca educar a los líderes del futuro “porque hay una sequía de líderes” decía el presentador, y claro, educar líderes de derecha, rígida, estúpida, bestial, por que eso demuestra Juan Rodolfo y todos los regidores: su estupidez, su falta de acervo cultural, su facilismo, su torpeza y su mediocridad, al igual que la International Youth Fellowship, al menos en este caso, ejemplo claro de la estupidez contemporánea.
Toluca la siempre pobre.

ayer


Ayer bebí de nuevo. No quiero llegar al punto de donde empecé. Tomar todos los días, uno tras otro sin parar. No me siento bien. Camada Maldita de Ariceaga me dejó una profunda herida. No quiero perderme. No quiero caer de nuevo y trabarme y detenerme y regresar al ocio desmedido, al rencor. Ahora estoy en el trabajo y siento el hueco del alcohol, como un árbol fulminado por un rayo. Necesito una cerveza para levantarme, sólo una cerveza para no perder la cordura, para que mi cuerpo se recupere…para que este cuerpo turbio se constriña y me deje en paz.
(Escucho a Kalean, una banda española de los ochentas: “dime que es lo que crees ver, dime que es…” trato por todos los medios de no quedarme dormido)

Traje unos lentes negros, nunca he usado lentes negros; pero era inevitable, mi cara estaba deforme: mis pequeños ojos de tapa rosca. No encuentro la canción de Kalean que me gusta.
He comenzado a temblar. Mis piernas se mueven sin control: sentirse manejado por una fuerza superior, como en un atropellamiento: la brutalidad del golpe, el poder absoluto del auto a toda velocidad y el cuerpo manipulado por la brutalidad de la física, de la naturaleza salvaje y desmedida: Una fuerza que no se contiene, que el cuerpo no puede contener. El mar.
Me dan miedo los movimientos involuntarios: Parkinson: Epilepsia. Lo ajeno al cuerpo. Dos habitantes donde uno le estorba, irremediablemente, a otro. He comprendido la inestable relación que tengo con el cuerpo. Con la presencia engorrosa de mis desnudez y la de los demás. Me he dado cuenta que nunca estoy desnudo, que nunca me contemplo, que siempre me cubro, que me incomoda estar en el vapor. El malestar de la desnudez.
Cuando Laiza camina desnuda por la casa la miro con cierto encanto, pero me incomoda verla contrastar el orden del departamento con su piel enormemente blanca y luminosa. Me incomoda la desnudez, el contacto de los cuerpos, tan absurdo y antihigiénico (higiene en el sentido del orden).
No puedo hacer otra cosa mas que batallar contra el sueño, luchar con todas las armas del ideario castrense. Combatir en contra de mi cuerpo. Contar los minutos. Escuchar "out there" de Dinosaur Jr. Tratar de escribir el libro para niños. Tratar de hablar, de no comprometerme, de no caminar.
Un día en la oficina.

jueves, 17 de abril de 2008

Reescribo un libro para niños. Tengo acidez. Tremendas ganas de tomar una cerveza. sueño infinito. ganas de estar solo. ganas de dormir. ganas de fumar y beber hasta quedarme dormido en un sillón, en una cama de agua, en la calle. no pensar en mañana, en el trabajo, en la cruda y el esfuerzo del trabajo (los ojos que se cierran, la cabeza que da vueltas). Salir y no pensar en nada. En mis problemas, en los problemas del otro. Sólo beber una cerveza y un cigarro; quizá ver la tarde, la lluvia que cae como en un cuento de Lezama. Un poco de suerte para oler a la ciudad húmeda, su cabello de cables y hierbas. Mojarme los tenis, la camisola, saludar al dependiente del bar, saludarlo son conocerlo. palmearle la espalda. Sonreír. Tengo una tremendas ganas de sonreír. No pensar en el tiempo que pasa; no imaginar a la oruga, al ave que espantan lo bello del mundo. Sólo sentarme y decir unas cuantas palabras al ritmo del cielo y el manto de la brisa inundada de agua y polimétricos arco iris.
sentir el frío en la cara. la caricia de la espalda de los árboles. el polvo.

ahora resulta que el programa de radio continua; que el productor no fue corrido, sino removido a otro puesto, mejor, muy chido. Entonces ¿por qué nos dijo que ya estaba por terminar? No importa mucho en realidad. el miércoles iré al radio y quiero invitar a Elsa, porque no creo que sea conveniente grabar la obra con pati, pues el nuevo jefe de producción es mamón, creido y no le caigo nada bien. Me parece que es de esas personas que tienen un poco de poder y ya se sienten los hijos de la vírgula. espero que me sorprenda y se porte profesionalmente (una palabra torpe e incómoda, como las ancianas de la catedral).


En fin, me importan poco muchas cosas. Luis Duval, el personaje de la nueva novela se escabulle entre la bruma de esta ciudad. Siento que lo tengo por momentos y se escapa por días. Tengo tantas cosas en la cabeza, tantas sospechas, tantas alimañas que amenazan con meter su ponzoña que apenas volteo a algún lado, ya siento el rigor del veneno, de la rabia, del coraje.


Me sorprende la capacidad de los amigos para volverte la espalda. una vez Roberto me dijo que el tiempo ponía a los amigos en su lugar, en su urna. Ahora lo sé. Nunca tuve amigos. Quizá fue mi culpa, quizá la gente necesita estar siempre escuchando que la quieren, siempre demostrándole afecto. No sé. Yo no soy así. para mi la amistad es preocuparte por el otro, desear que el otro esté bien. Ñoñerías de esas, sin embargo. Al fin que importa. debo preocuparme por mi nalgas: la novela, sobre todo que se atora paraceida a la espina en el esófago. la tesis. la banda. santiago... Laiza.

miércoles, 16 de abril de 2008

tenía que suceder


sabía de antemano que algo pasaría.

Me habló Cecilia y me dijo: el programa de radio ha terminado. Raúl me lo ha dicho.

no me afligí... ¿pero, así, de pronto, el programa terminado? Era lo que faltaba. Roberto, dijo ella, ya no puede ir. ¿Entonces como va a quedar todo?, le pregunté, pero alguien le habló, del trabajo, algo así.

Lo último que dijo fue: "Una junta, para defender el proyecto. Te hablo".


hoy llueve, como ayer. no me gusta la lluvia, espanta a las mujeres de la calle, hace que se oculten y que no caminen por las banquetas sucias de esta ciudad de perros y pobres.


hay algo peor que la lluvia: los buses sin ninguna mujer hermosa. Raro es el momento de un bus así, pero los hay y es terrible. la lluvia, las calles solas, adornadas de mujeres con sombrilla y abrigos multicolores; el bus lleno de hombres jetudos, olorosos a lociones fétidas, como el mismo aroma del esperma en los hoteles de Aeropuerto.


Por eso supuse que hoy era un día extraño y que algo pasaría. hubo presagios: el tipo al que casi atropella una bicicleta: el empujón, la mentada de madre, los golpes. el pleito de una señora con el chofer del bus: trompicones, mentadas, arañazos.

llegué a casa y Santiago lloraba como un poseído y Laiza estaba cansada como un tronco de roble. la lluvia por fuera y le di la noticia: "Se acabó el programa de radio" y sólo preguntó "¿por qué?" y le dije que no sabía, que Cecilia me hablaría más tarde y ella dijo: "es una lástima" y lloró Santiago y corrió y yo me quedé en una película extraña: sí, es una lástima.

Y comí con un poco de hambre y luego me dio sueño y caminé hasta el trabajo, bajo la lluvia, sin ver mujeres en la calle, un poco dolorido. No quería llegar a ningún lado.

Nunca creí en esto

son las 13: 10. y presiento que estoy de buen humor. eso me asusta, porque regularmete en el trabajo pongo la cara torcida y saco los dientes como una rata infectada para que nadie se me acerque, para que nadie me joda. Pero hoy es disntinto y me extraña porque siempre em extrañan esas cosas. me extraña estar bien, sin problemas, relajado; siempre digo que algo malo vendrá y desmadrará todo. hoy no sé que sea lo que desmadre todo, pero seguramente lo habrá.
de cualquier manera algo flota en el ambiente, algo se revuelca entre la traqnuilidad. Temo que sea la grabación del disco. ya nos retrasaron una semana. De alguna manera tengo la culpa porque me encargué de decirle a todo el mundo que ábamos a grabar y blablablá. no acostumbro a eso, pero me emocioné, siempre, alguien, la caga. Entonces las idea pesnar que hay un chingo de gente que quiere que me vaya a la mierda, que no haga nada, pues yo creo...que... bueno, es el debraye gacho.
En fin, quizá la culpa sea de los hello seahorse!, esa banda me pone de buenas. Ojalá sea su efecto, porque si no, presiento que algo muy, muy grave puede pasar.
Es como ver dormir a una ballena.